Hace millones de años, en un rincón bastante lejano de lo que hoy conocemos como nuestro universo, dentro de una enorme, brillante y ardiente bola de fuego, luchaban dos fuerzas colosales: la una, regida tal vez por un principio de libertad, había sido creada para llegar a todas partes, para alcanzar lo inalcanzable, para llevar consigo algo, a esos lugares donde la nada tenía su reino.

Se llamaba Sera.

La otra fuerza, de igual poder buscaba lo opuesto: unir, atraer, mantener. En su irresistible afán, reunía cada partícula, cada elemento, cada átomo, y trataba de llevarlos al centro y mantenerlos por siempre y para siempre; todos y cada uno dentro de uno. Su nombre era Renn

Sí, Sera y Renn estaban en conflicto, diferían y coincidían siempre en todo y en nada.

Dos fuerzas formidables en permanente pugna que existían y, sobre todo, daban vida a lo que los científicos de hoy en día insisten en llamar una estrella.

Se habían encontrado hace varios millones de años cuando Mor – tal era el nombre de la estrella – era aún un cúmulo de gases sin luz y sin calor.

Renn había estado ya allí por largo tiempo, no tenía nadie con quien conversar ni con quien discutir; se distraía atrayendo, cada partícula (la mayoría de hidrógeno) que se atrevía a pasar alrededor a su alrededor.

– Es una bola de hidrógeno bastante decente -se dijo Renn (no tenía a quien más decírselo). La voy a llamar Mor.

Había sido entretenido por unos cuantos millones de años pero se estaba volviendo ya bastante monótono; bostezó, atrajo unos cuantos miles de partículas más, volvió a bostezar y, de pronto, así sin preámbulos, la miró llegar: rauda, bella, fugaz, veloz.

Sera pasaba por ahí, rápida y distraída, siempre con su mirada en el más allá, cuando de repente algo atrajo su atención. Era algo fuerte, sabio, diferente, agradable. Disminuyó su velocidad, curvó en el espacio (no se explicaba por qué), y se aproximó.

– Me acercaré – pensó – a la final, puedo irme cuando quiera, no existe nada en el universo que pueda mantenerme en un solo lugar, al menos no mucho tiempo.

– Es agradable, se dijo sin fijarse en que la velocidad a la que se acercaba aumentaba sin control, en una fracción de segundo se dio cuenta que se estrellaría contra la superficie, se asustó, quiso escapar, aprovechó la velocidad que llevaba, aceleró aún más y con todas sus fuerzas aventuró un viraje profundo.

– Funciona – pensó, ya no tenía delante de sí una enorme masa creciendo a cada segundo, podía percibir ya una parte del horizonte, ya no estaba asustada, podía escapar y pudo haber escapado…, pero no lo hizo. Algo muy agradable la atraía, la llamaba. Miraba hacia el horizonte, miraba hacia Mor y fiel a su espíritu quiso experimentar más y se dejó caer en la superficie, a tal velocidad, que consiguió que Mor comenzara a girar rápidamente.

Y Mor se encendió, y Renn se incendió, pero no le importaba, una sensación como nunca había tenido antes lo invadió. Sintió que quería mantenerla con él para siempre y Sera quiso sentir ese calor, o al menos eso pensó en ese momento, para siempre.

Y así, millones de años cósmicos habían pasado desde que se encontraron. Renn la atraía y Sera lo hacía crecer, no podían comprenderse, pero tampoco separarse.

Hasta ese momento…

Una voz salida quién sabe de dónde, una voz profunda, grave pero dulce, una voz que sin gritar se sobreponía a todo les había hablado.

(Siguiente, la voz habla y Sera y Renn deben decidir)