Capítulo II: La Elección
En medio del resplandor de una estrella recién nacida, una elección se hacía eminente: una fuerza prevalecería y otra desaparecería. Sera y Renn, unidos por el destino, enfrentaron un momento que moldearía el cosmos para siempre.
Una voz salida quién sabe de dónde, una voz profunda, grave pero dulce, una voz que sin gritar se sobreponía a todo les había hablado.
– Escucha – le dijo a Renn, – Si Sera gana su victoria será vista en todas partes del universo por todas las formas de vida existentes. En algún momento de su tiempo el cielo se iluminará de forma tal, que inclusive opacará la luz de sus soles. La explosión de su victoria llevará los elementos de la vida a todos los rincones del universo.
– Algunos temerán y otros se alegrarán pues habrán comprendido que así la vida vuelve a nacer y con ella la esperanza que es una consecuencia de la Sera, pero…
-Pero ¿qué? Preguntó impaciente Renn
– Pero tú no sobrevivirás. La fuerza de la explosión será tan grande que te desintegrará.
– Por otra parte- continuó La Voz, -Si tu ganas crearás a tu alrededor una fuerza de atracción tan grande que mantendrá unidos a los planetas alrededor de sus soles, se crearán sistemas solares, galaxias, constelaciones y grupos de galaxias. Tu evitarás, al mantenerlos unidos, que la vida desaparezca en el frío vacío de la nada.
– Algunos pensarán que eres un monstruo que devora soles y planetas, pero tu fuerza será la que mantenga la vida en una gran parte del universo. Los seres pensantes intuirán que existes pero no podrán verte, te reconocerán solamente por una corona de luz a tu alrededor.
– Gracias a ti existirá la vida y Sera estará contigo para siempre pero ya sin luz y sin fuerza.
Renn escuchaba sombrío, sin saber qué pensar
– Pero al final – siguió diciendo La Voz – alguno de los dos tendrá que ganar, y entonces ya no estarán juntos. Ese será el precio que deberán pagar por crear la vida en el universo y con ella, la esperanza.
Lo mismo, o casi, le había dicho a Sera y poco después algo curioso ocurrió: la intensidad de sus fuerzas (siempre opuestas) se ajustaban permanentemente una a la otra.
Si cualquiera de los dos, cansado de tanto esfuerzo, menguaba en su ímpetu, el otro también lo hacía. Si la fuerza de uno de ellos aumentaba, la otra correspondía exactamente en la misma forma. Nunca más, ni siquiera un poquito más.
Protones, electrones, neutrones y más, saltaban por todas partes; viejos elementos desparecían para crear nuevos y Mor seguía creciendo en una danza infernal de poder.
Las estrellas medianas, aquellas que son capaces de soportar la vida tienen una vida promedio de diez mil millones de años, estrellas más grandes queman su combustible antes y viven mucho menos tiempo.
Mor, sin embargo, era la excepción; había alcanzado ya el tamaño de muchos soles y tenía más de cientos de miles de millones de años y no parecía tener intenciones de desaparecer.
– Algo pasa– se dijo La Voz y volvió a hablarles, siempre firme, siempre persuasiva, siempre dulce:
– Esto no puede seguir así – les dijo – La vida debe surgir. Crearla y mantenerla es su destino. Para eso fueron creados, su tiempo de lucha terminó ya hace tiempo y es necesario que cumplan con su misión. Les pido ahora que pongan toda su voluntad y toda su pasión para vencer.
– Ahora es el momento.
Sera y Renn entraron en feroz batalla, nada importaba ya, vencer era la consigna. Comenzaron a sentir cosas que nunca antes habían sentido: rabia, impotencia, ira, pasión…
Mor se estremecía y, llegado un momento, comenzó a contraerse. El tamaño de la estrella disminuía rápidamente. Renn se imponía y con cada kilómetro que ganaba su fuerza se incrementaba. El rugido era ensordecedor, cada elemento, cada átomo se fundía con otros sin dejar ya ningún espacio.
Renn se decía y se convencía: – Uniré a todos, uniré a todos y alrededor se formará la vida. Tan solo podía escuchar el estruendo de los elementos al colapsarse, estaba embriagado con esa danza de materia y energía, el ruido era ensordecedor, pero de pronto oyó, o quizás sintió, en el fondo, allá, muy lejano pero muy vívido… un sollozo.
Se había olvidado por un momento de ella. Sera aún no se daba por vencida, luchaba con todo su ser, con toda su voluntad y, sin querer, soltó un sollozo, no de debilidad, no de tristeza sino de impotencia.
Renn pensó en ella, la recordó con su aura brillante, con su elegancia, con su decisión. Recordó haberla visto menguar sus fuerzas a propósito cuando él no podía sostener ya las suyas y la altivez al no reconocer su noble gesto. La recordó alegre, viva y llena de esperanza. Recordó las historias que se contaron, los secretos que se confiaron y las danzas que practicaron durante millones de años riendo, acercándose y alejándose como queriendo engañar al destino.
Notó que mientras pensaba en ella, Mor había crecido nuevamente, recordó las palabras de La Voz, quiso concentrarse nuevamente, quiso volver a pensar en su misión… y no pudo…
Sin saber por qué, sin pensar siquiera en su destino concentró con ira, con ansia, con pasión toda su fuerza en un minúsculo punto del centro de la estrella, aquel de donde había salido el sollozo.
Ya no podía más, era doloroso pensar en todo, sentía como su naturaleza se desprendía, como cada parte de sí se desgarraba.
– Un poco más – se dijo – solo un poco más y aún concentró todo su ser en ese punto:
– Lo llamaré amor.
Cerró sus ojos y en el último instante recordó a Sera
– Va por ti
Y no vio ya nada más.
…
Una súbita explosión sacudió el universo, fue la más terrible, la más voraz, la más hermosa que nunca hubiera existido.
Millones de partículas salieron disparadas a velocidades nunca antes alcanzadas y, entre ellas, una roca que guardaba ese último elemento creado en la batalla final.
Y así, una historia épica continúa…
(Siguiente… Pedro sospecha algo y…, bueno, conoce a Pedro)
Épica – La Saga.
En un rincón distante del cosmos, dos fuerzas ancestrales se enfrentaban. De su lucha eterna surgió una nueva presencia y, con ella, una voz profunda y dulce que susurraba sobre un destino que resonaría a lo largo del universo… o al menos, de su universo.
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